El pasado 21 de mayo, Jim Kim, presidente
del Banco Mundial, se dirigió a los miembros de la Asamblea Mundial de la Salud
reunidos en Ginebra con un discurso que, según
algunos, hará historia por su firme defensa de la cobertura universal de
salud.
Entre las cosas que dijo el bueno
de Kim destacaba su crítica
a los gastos directos en salud: “La cuestión de los pagos en el acceso a
los servicios es clave. Cualquiera que haya provisto atención sanitaria a los
pobres sabe que incluso pagos nimios pueden reducir drásticamente el uso de los
servicios que necesitan”. A lo que añadió: “Esto es tanto injusto como
innecesario. Los países pueden reemplazar las pagos de acceso a los servicios por
un abanico de modelos que financiación sostenible que no supongan un riesgo de
que los pobres acaben en una atadura potencialmente mortal”.
¿Pueden realmente? Varios gobiernos
africanos han adoptado medidas para eliminar las cuotas de acceso a servicios
de salud, en la mayoría de casos para los grupos más vulnerables. Los datos muestran que
la eliminación o exención de pagos tiene el efecto esperado del aumento de uso
de los servicios, pero también otros menos agradables como la sobrecarga laboral,
la caída en la calidad asistencial, la escasez y ruptura del suministro de
medicación y otros productos y la discriminación por la asimetría en la
información referente a las condiciones y mecanismos de exención o reembolso de
gastos.
La eliminación de cuotas también
puede influir sobre las conductas de los usuarios. En Burkina Faso, según
explica Robert Soeters, la exención
de pagos establecida en 2008 para niños menores de cinco años y mujeres
embarazadas ha creado tal presión asistencial que los escasos trabajadores ya
no tienen tiempo para realizar actividades de planificación familiar, lo que redunda
a su vez en un aumento del número de hijos por unidad familiar (la tasa de
fertilidad del país es de 6,1, la más alta de África).
En países de bajos ingresos, los
pagos que se exigen para disfrutar de servicios de salud tienen dos efectos: discriminan
el acceso según capacidad adquisitiva y son una parte, en ocasiones significativa,
de la financiación del servicio. Su eliminación aumenta la demanda al tiempo
que reduce los recursos para afrontarla, lo que exige disponer de suficientes
fondos alternativos, idealmente a través de los presupuestos públicos.
El problema es que muchas
economías son todavía tan frágiles que no tienen margen para aumentar su espacio fiscal: en el
mejor de los casos, deberían tasar las rentas formales con tipos
de hasta ¡el 100%! Si esto no es factible, entonces, ¿quién va a pagar la cuenta?
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