Tomemos el ejemplo de China y la
India. Entre 1960 y 2009, ambos
gigantes asiáticos experimentaron impresionantes mejoras en varios indicadores
básicos, pero no al mismo ritmo. Por ejemplo, hace cuatro años en India 66 de
cada 1.000 niños fallecían antes de alcanzar su 5º cumpleaños, cifra que se reducía
a 19 en el caso de China. La esperanza de vida al nacer en la antigua colonia
británica se incrementó en ese mismo periodo en 23 años, de los 42 a los 65, frente a los 27, de los 47 a los 74, de su
vecino y rival comercial y político.
Y sin embargo, China es más
desigual que India. De hecho, si tomamos como criterio el ahora
cuestionado pero todavía referente coeficiente Gini, mucho más: 47
frente a 33,4. Incluso al compararse entre sí ambos gigantes asiático tampoco
se ajustan a otro criterio clásico por el cual los países
democráticos tienden a disfrutar de mejor salud que los que no lo son.
¿Por qué China adelanta a India
en sus indicadores de salud? El mayor retraso indio se asocia a tasas
superiores de enfermedades infecciosas y de mortalidad materna e infantil, que
a su vez se relacionan con un mayor tamaño de las familias. Como explica el
profesor sueco Hans
Rosling, existe una fuerte conexión inversa entre el número de hijos y la esperanza
de vida: cuanto menor es el tamaño del hogar, mayor es la probabilidad de
reducir la mortalidad materna e infantil y de vivir más tiempo.
China impuso por la fuerza a
finales de los 70 su muy polémica política de hijo único,
que pese al sufrimiento personal causado y a las continuas críticas sobre su aplicación
sigue en vigor hoy día. Los datos sugieren que tal decisión ha contribuido decisivamente
a incrementar las condiciones de vida de sus habitantes y a convertir al
antiguo imperio del centro en superpotencia mundial. La pregunta es si el
precio pagado ha valido la pena.