El primer pálpito que sentimos
cuando los datos muestran una mejora de los indicadores de salud en países que
han estado bajo el foco de la cooperación al desarrollo es: la ayuda
internacional funciona. Es un impulso razonable, ya que una mayor
disponibilidad de recursos puede, bien utilizada, incrementar la salud de las
comunidades. De ahí la
insistencia en que se mantengan o incluso multipliquen los flujos
financieros hacia las naciones menos desarrolladas y en que se cumplan los compromisos asumidos por
los gobiernos de naciones con altos ingresos.
Pero, ¿hasta qué punto es
plausible atribuir una relación causal entre las donaciones del Norte y el
crecimiento de la esperanza y la calidad de vida en el Sur? La salud responde a
variables multifactoriales
de las que el insumo de recursos monetarios internacionales hacia los programas
sanitarios es sólo una parte. En ocasiones, la subida sostenida del PIB
nacional o su distribución más igualitaria, por ejemplo, juega un papel más relevante.
Con el encomiable objetivo de determinar
el impacto tangible de la ayuda internacional en la evolución epidemiológica de
las tres grandes pandemias, un grupo multinacional liderado por Thyra E. de
Jong ha llevado a cabo una revisión
sistemática de la literatura científica publicada al respecto. El trabajo
ha sido patrocinado por el Fondo
Mundial de Lucha Contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria.
El equipo de investigadores
quería explícitamente determinar si existe una relación atributiva entre
inversión por un lado y más salud por el otro, y no una mera asociación estadística
entre ambos fenómenos. Es decir, no les bastaba con mostrar que los flujos de
recursos han coincidido en el tiempo y el espacio con una mejora en los datos
sobre las tres enfermedades, sino que era imprescindible conocer la cadena causal
completa.
Sorprendentemente (o no), sus
estrictos criterios de búsqueda sólo arrojaron 13 artículos correspondientes a
11 estudios llevados a cabo en África y Asia entre 2003 y 2011. Es más: de
ésos, apenas dos documentaban todos los estadios de la cadena causal, desde la
financiación y el despliegue de los programas hasta los resultados e impactos. Afortunadamente,
en ambos análisis la relación causal era positiva.
De Jong y sus colegas insisten en
que, probablemente, es verdad que más dinero fresco en forma de ayuda al
desarrollo conlleva mejores indicadores de salud, pero no basta ni con suponerlo
ni, desde luego, limitarse a establecer la asociación estadística entre ambos
elementos: hay que demostrarlo. Y con rigor.
Muchas gracias Joan por el artículo! Muy interesante. Leeré el informe de De Jong.
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