En su obra ya clásica “A cargo
del Estado” el sociólogo holandés Abram
de Swaan hace un recorrido histórico para tratar de demostrar la tesis de
que el surgimiento del Estado del Bienestar moderno es el resultado de un
conflicto entre pobres y ricos al que estos últimos intentan dar solución a
través de la acción colectiva, primero en forma de instituciones caritativas y
después, dadas las deficiencias de la voluntariedad para repartir la carga
equitativamente entre las élites, a través de organizaciones de carácter
público financiadas con tributos obligatorios.
En ese marco de pensamiento, el
llamado modelo europeo de sistema de salud, en sus muy
variadas modalidades, basado en la mancomunación de los costes entre sanos
y enfermos y pudientes y desfavorecidos, surgiría parejo al emerger del
capitalismo y la necesidad de mitigar sus efectos indeseados utilizando el
papel corrector del Estado.
Expertos como Gorik Ooms y
sus colegas interpretan que la explosión de las iniciativas de salud global
que hemos experimentado en los últimos diez años no es más que un reflejo, a
escala planetaria, del mismo proceso. Al fin y al cabo, arguyen, organizaciones
como el Fondo Mundial de Lucha
contra el SIDA, la tuberculosis o la malaria o la Alianza GAVI de vacunación infantil no
dejan de ser más que instituciones caritativas a lo grande: ayudan a
poblaciones muy vulnerables y desposeídas en países poco desarrollados con
aportaciones voluntarias del Norte opulento, que se enzarza periódicamente en
discusiones inacabables sobre quién debe pagar, cuánto debe contribuir y a
dónde deben ir los recursos.
La Iniciativa Conjunta sobre Acción y
Aprendizaje pretende superar esta fase, e inspirándose en el proceso
histórico vivido por Occidente, forjar un movimiento de acción colectiva global
que conduzca a un
tratado internacional sobre responsabilidades nacionales e internacionales
en salud.
La propuesta se antoja muy
sugerente, pero se enfrenta a una paradoja temporal. Siguiendo la lógica
descrita por de Swaan, un tratado internacional en salud como el descrito
debería nacer de la necesidad de hacer frente a la desigualdades globales en la
distribución de la riqueza y de la salud por medio de la acción colectiva internacional.
El caso es que si bien dichas desigualdades siguen siendo evidentes, las
diferencias entre países ricos y pobres están menguando al tiempo que crecen
las inequidades dentro de cada uno de esos países, resituando el campo de
batalla en el marco del conflicto
nacional interno. Las tendencias
macroeconómicas, de
seguir así, debilitarían las condiciones históricas para la emergencia de
una acción colectiva global y volverían a poner el foco progresivamente en la
responsabilidad de los Estados nacionales, a cuyo cargo estaría la salud de sus
ciudadanos.
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