Un buen ejemplo de ello se da en
el sector salud. El muy respetado Instituto de la Medición y Evaluación en
Salud (IHME) de Seattle, EE UU, una de esas criaturas nacidas al calor de la
Fundación Gates, ha analizado repetidamente qué
efecto tienen las donaciones internacionales en salud sobre las
aportaciones que hace el gobierno local al presupuesto público a partir de sus propios
ingresos.
Los
datos más recientes que le han echado un ojo al tema no dejan lugar a dudas:
en los países de África Subsahariana que más ayuda en salud reciben, el dinero
del donante canalizado a través del sistema público inhibe el esfuerzo local. En
concreto, por cada dólar de ayuda internacional recibida, este grupo de países
concentrados en el Este y el Sur de África retiran un promedio de 56 centavos de
los fondos propios aportados al presupuesto nacional de salud.
¿Nos están tomando el pelo?
Depende. Ante todo conviene señalar que el efecto sustitutorio no es completo,
ya que el resultado de la ayuda es un aumento presupuestario neto de 44
centavos por dólar recibido. Pero lo más importante, como bien señalan los
propios autores del estudio, es saber a dónde van los 56 centavos detraídos. Si
en su integridad o en buena parte se dedican, adicionalmente, a otros sectores
básicos como agua y saneamiento o educación, que son determinantes sociales de la
salud, el gobierno estaría en la senda correcta: ampliar la cobertura y el acceso
al sistema de salud es necesario pero no suficiente para mejorar los
indicadores de esperanza y calidad de vida. Pero si los recursos se desplazan a
áreas que poco o nada tienen que ver con mejorar las condiciones de vida de los
habitantes del país o se cuela por los agujeros de la corrupción, sería muy de
lamentar.
Es
necesaria más investigación que permita atestiguar el uso que se hace de los
presupuestos desviados desde el sector salud en los grandes países receptores.
Esperamos verla publicada pronto.
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