El primer objetivo de desarrollo
del milenio (ODM) del grupo
de ocho todavía vigente, al menos formalmente, es erradicar la pobreza
extrema y el hambre. En concreto, la meta 1A persigue reducir a la mitad, entre
1990 y 2015, el año límite, la proporción de personas con ingresos inferiores a
1 dólar por día. A pesar de que la crisis financiera ha enlentecido el ritmo, según Naciones Unidas
estamos en camino de alcanzar el objetivo de reducción de la pobreza.
Disminuir o incluso erradicar la
pobreza extrema, sin embargo, no necesariamente garantizará la salud de las
poblaciones dentro de los países: dependerá del grado de igualdad entre ellas.
Existe abundante evidencia
de que a igual PIB per cápita, los países más desiguales son más insanos. En
ocasiones incluso países con un PIB menor pero más igualdad presentan mejores
indicadores de salud que otros con mayor PIB y mucho más desiguales.
Es por eso que el
informe presentado el pasado mes de enero por Oxfam Internacional en
Londres es tan relevante. Según sus cálculos, los 240.000 millones de dólares
que ganaron los 100 mil millonarios más ricos del planeta en un sólo año, 2012,
podrían hacer pasar a la historia la extrema pobreza ¡varias veces!
Con únicamente una modesta
fracción de su descomunal patrimonio, las 100 personas más pudientes del
planeta podrían ayudar a hacer del mundo un lugar más justo, seguro y
saludable. No sin ironía, la organización británica ha sugerido que tras la
fecha límite de 2015, en la que oficialmente expiran los actuales, debe adoptarse
un nuevo ODM: acabar con la extrema riqueza antes de 2015. Aunque no todo el
mundo está de acuerdo en que eso sea la solución, como es habitual. Mientras
tanto, me pregunto qué pensará Amancio Ortega de todo esto.
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