Cuando hace ahora algo más de un
año Bill Gates visitó España dijo unas cosas que hicieron fruncir el ceño a un
buen número de personas, instituciones y gobiernos. Gates
argumentó delante de todo el que quisiera escucharle que la ayuda oficial
al desarrollo, incluida la española, debería concentrarse en los países más
pobres y abandonar progresivamente los de ingresos medios, poniendo como
ejemplo de estos últimos a Perú. La razón del filántropo de Seattle para tan
tajante postura es que estos países ya no necesitan dinero, sino distribuir sus
propios recursos de una manera más equitativa y así reducir sus bolsas de
pobreza. A los representantes
oficiales del país andino no les sentó muy bien que les utilizaran como
caso ilustrativo.
Sea por hacer de la necesidad
virtud (menos países a ayudar pueden ser un buen ahorro para un donante en
crisis) sea por convicción ideológica (se trataría de evitar lo que los economistas
llamamos riesgo moral),
el caso es que esa visión política la comparten cada vez más organismos que
gestionan iniciativas multilaterales de salud global, entre ellas la Alianza Global por las Vacunas y la
Inmunización (GAVI). En esencia, GAVI utiliza dinero del Norte (unos 1.000
millones de dólares anuales) para comprar vacunas que serán administradas a
niños y niñas que viven en el Sur. Pero no en cualquier lugar del Sur, sino sólo
en aquellos países que no superen un determinado PIB per cápita, actualmente fijado
en 1.520 dólares anuales.
Al aplicar este corte de
elegibilidad, ¿cómo quedan los niños de los países no tan pobres? Amanda
Glassman se ha tomado la molestia de calcular el grado de cobertura de la
vacuna más básica, la que protege frente a la difteria, el tétanos y la tos
ferina (DTP3), en dos grupos de países para los que disponía de datos completos:
20 de ingresos bajos y 17 de ingresos bajos-medios (Glassman excluyó aquí los
de mayor tamaño, como China o Sudáfrica, se entiende que para eludir
distorsiones). El resultando es llamativo: en su conjunto, los niños de los
países más pobres tenían un tercio más de posibilidades de ser vacunados que
los de países en el escalón justamente inmediato, un 55,37% frente a un 42,16%.
Casi podría decirse que ser un niño pobre en un país pobre es menos arriesgado para
la salud que serlo en un país de ingresos medios.
¿Es el PIB per cápita un buen
criterio para tomar decisiones de esta trascendencia?
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