La idea de que pobreza y
enfermedad están íntimamente ligadas subyace en prácticamente cualquier
conversación en torno a la salud global. Que ambas condiciones se
retroalimentan en lo que se ha venido en llamar, reiteradamente, un círculo
vicioso, ha devenido axioma en el sector. De hecho, existen
abundantes pruebas de que tal relación bidireccional es firme, aunque en
ocasiones algunos datos inesperados nos hacen preguntarnos hasta qué punto es
así.
Está claro que el
VIH/SIDA es una enfermedad que empobrece si no se tiene acceso a los
cuidados necesarios, como todavía sucede en muchas partes de África: la persona
afectada, usualmente en edad productiva, no puede trabajar, y un familiar debe
abandonar sus propias tareas o la escuela para hacerse cargo del enfermo. Lo
que no está tan claro es que la pobreza per
se sea un factor de riesgo para la adquisición del VIH.
Un goteo de estudios llevados a
cabo en diferentes países africanos a lo largo de varios años y resumidos por
Gillespie y sus colegas en 2007 indicaron que no existe una clara
correlación entre pobreza y riesgo de adquirir el VIH, y que de hecho,
especialmente cuando hablamos de mujeres, lo contrario puede ser más fácil de
sostener: las investigaciones tendieron a encontrar una asociación positiva entre
un mayor estatus socioeconómico y el VIH. Dicha asociación también podía
establecerse con la migración económica (la que se emprende por el deseo de
mejorar la propia situación), pero no, en general, respecto al nivel educativo,
que solía tener un carácter protector.
Otra investigación
posterior, publicada en 2008 y llevada a cabo en Tanzania, abundaba en la
misma línea: a mayor estatus socioeconómico de la mujer, mayor probabilidad de
riesgo frente al VIH. En este caso, ni siquiera el nivel educativo actuaba como
contrapeso, como en los otros. Una más reciente todavía, en forma de tesis
doctoral de 2011, no sólo establece una asociación entre riesgo de VIH y
mayores ingresos entre un grupo de mujeres de Camerún, sino que tal relación
también es positiva respecto al grado de acceso al sistema de salud, el poder sobre
las decisiones domésticas y, en contra de toda expectativa, el grado de
conocimiento del VIH.
A veces, pensar fuera del marco
establecido puede ser más cercano a la realidad que conformarse con una frase
hecha.
[Esta entrada se publicó originalmente en el blog de ISGlobal]
[Esta entrada se publicó originalmente en el blog de ISGlobal]
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