Sabemos desde hace más de un
siglo, cuando en 1897 se describió por primera vez su origen y su forma de
transmisión, que la
malaria está asociada con la pobreza. De hecho, el cúmulo de datos que
sugieren una relación entre mejora de los indicadores socio-económicos y
reducción de la prevalencia de esta enfermedad es cada vez mayor, hasta el
punto de que algunos
autores se preguntan si no sería preferible concentrarse en la mejora del
bienestar de las poblaciones en riesgo antes que en métodos de prevención y
tratamiento que disminuyen su efectividad conforme tanto el vector (la mosquita
anófeles) como el parásito desarrollan resistencias.
Entre los factores que pueden
influir en la reducción o desaparición de la malaria se
ha citado la urbanización, ya que transforma el hábitat natural que
requiere el anófeles para reproducirse. Un nuevo estudio, que también apunta a
los cambios que conlleva un mayor desarrollo socio-económico, lo hace sin
embargo en otra dirección: la de los hábitos de convivencia en el hogar.
La
investigación, llevada a cabo por los fineses Larry y Lena Huldén en colaboración
con el canadiense Ross McKitrick, se ha centrado en saber si existe una
relación entre variables asociadas con el desarrollo socio-económico, la cultura
local, las prácticas insecticidas y las condiciones ambientales, por un lado, y
la persistencia o no de la malaria en determinadas áreas geográficas, por el
otro. Para ello recopilaron los datos de presencia de malaria de 188 países en
los que el vector, el mosquito anófeles, es endémico, y los asociaron con los
niveles de ingresos, el tamaño de la unidad familiar, la densidad y la tasa de
crecimiento poblacional, el grado de urbanización, la proporción de personas
que se consideran musulmanas, la temperatura media y el uso intensivo de DDT
para exterminar los insectos.
El análisis estadístico multivariable
mostró que el factor predictivo más asociado con un menor índice de casos de
malaria era un tamaño de la unidad familiar inferior a cuatro personas. ¿A qué
se debe tal fenómeno? Los autores defienden la hipótesis de que una familia de
menor tamaño incrementa la probabilidad de que sus componentes duerman en
habitaciones separadas, lo que a su vez reduce el número de individuos a los
que de noche pica la misma mosquita portadora del parásito, a la que le gusta
volver al mismo lugar para seguir alimentándose después de depositar sus huevas.
La publicación del estudio ha
llevado a algunos
comentaristas a defender que Bill Gates olvide su obsesión por conseguir
una vacuna contra la malaria y ayude más bien al desarrollo socio-económico de
la población en riesgo de adquirirla. Más interesante sería quizá explorar a
fondo las sinergias entre el empeño del magnate de Seattle por erradicar esta
enfermedad y la labor de su mujer, Melinda, quien ha abrazado la causa de la planificación familiar
como forma de mejorar el estatus de las mujeres y sus familias. En ocasiones, el
camino más recto no es el más fructífero.