Uno de los grandes principios por
los que debe regirse la cooperación internacional al desarrollo para darse por
buena es el de apropiación. Parte de los 5 magníficos originales de la Declaración de París,
se sustenta sobre la idea-fuerza de que el
receptor de la ayuda no puede ser un mero espectador, sino el actor principal
que decide cuál es beneficio a obtener, cómo se persigue y a quién alcanza.
El
principio de apropiación ha sido hasta ahora más fácil de expresar que de cumplir.
Son múltiples las
críticas que señalan que la manía controladora del donante, lo que
técnicamente denominamos condicionalidad, ha encontrado siempre el camino por
imponerse: a veces con subterfugios, otras de cara y sin complejos.
Paradójicamente,
la reorganización de los flujos financieros internacionales (lo que en
Occidente llamamos crisis) va a ayudar a que los procesos de apropiación
nacional de las políticas se acelere, incluso contra la voluntad del país
receptor. De hecho, cada vez más
voces abogan por poner ahora el énfasis también en la mejora de la
redistribución interna de los recursos, y no, o no solo, en paliar la
desigualdad de ingresos en el Norte respecto el Sur. Es una idea atrayente, sí,
pero que presenta algunas importantes limitaciones.
Tomemos
como ejemplo los dos grandes mecanismos multilaterales de cooperación en salud:
el Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la tuberculosis y la malaria, y la
Alianza Global por la Inmunización y las Vacunas (GAVI). Ambos organismos
cuentan con estrictos
criterios de elegibilidad: si el PIB per cápita del país que solicita apoyo
crece por encima de un determinado umbral, queda fuera. Cierto, no de sopetón:
se le concederá un periodo transitorio. Una vez acabado éste, sin embargo, debe
valerse por sí mismo.
Este
enfoque presenta un problema fundamental, y es que no garantiza que los grupos
de población que se beneficiaban de la presencia del programa multilateral
vayan a recibir el mismo apoyo ni en términos cuantitativos ni cualitativos por
parte de su propio gobierno. Sabemos
por ejemplo, que en aquellos lugares en los que sólo por muy poco GAVI no
actúa, la tasa de vacunación infantil es sensiblemente menor que en otros
sitios más pobres pero merecedores de la atención internacional.
También
sabemos, por poner otro ejemplo, que el
Fondo Mundial mantiene el apoyo a la prevención del VIH entre grupos
socialmente excluidos incluso en países de rentas medias por temor a que pese a
contar con recursos suficientes las autoridades locales no lo consideren una
prioridad, o no lo consideren a secas. ¿Qué sucedería si, siguiendo la lógica
del principio de apropiación, decidiéramos que ya no es nuestra responsabilidad
financiar esas políticas?